Un factor importante en el éxito de las aventuras de Sherlock Holmes es la peculiar relación de su mundo de ficción con el nuestro real:
Watson declara publicar sus relatos en la Strand Magazine, donde efectivamente las encontraban los lectores del mundo real. Por su parte algunos de los personajes leían también los relatos, incluso han conocido al detective a través de ellos. Introducir este tipo de cruces entre realidad y ficción no era nuevo (en el Quijote muchos personajes de la segunda parte han leído la primera, e incluso discuten sobre ella) sin embargo el efecto aquí está reforzado por el uso del narrador-personaje. El artificio autobiográfico permite a Doyle dar u ocultar información al lector según le conviene ya que, a diferencia de un narrador omnisciente, Watson depende de lo que ve y oye (y muy particularmente de lo que Holmes quiere o no decirle) pero además, lo que nos interesa aquí, elimina la convención (con su lastre de inverosimilitud) de que podemos saber lo que hacen los personajes incluso aunque no haya nadie allí para verlo.
Esta fascinante ilusión de realidad ha tenido como consecuencia que existan personas que crean que Holmes es un personaje histórico, por increíble que parezca, lo que dio lugar a una abundante correspondencia dirigida al 221b de Baker Street en busca de consejo. También existen grupos de personas, las sociedades Holmesianas, que, aunque saben que se trata de un personaje de ficción, juegan a imaginar que no es tal: consideran a Watson el verdadero escritor de las narraciones y dan a Conan Doyle el papel de su agente literario.
Dos problemas surgen inmediatamente cuando se acepta este juego:
-Incoherncias de la realidad con las narraciones. Por ejemplo: mientras Holmes se queja de que ya no hay grandes criminales Jack el Destripador siembra el terror en White Chappel ¿cómo es que no se le ocurra resolver ese grave asunto?; otra es que nunca existió en Baker Street un número 221B.
-Incoherencias dentro del texto. El Canon está plagado de contradicciones, debidas sin duda a los muchos años que abarca su redacción y la negligencia o desinterés del autor. Algunas de las más famosas son: la vieja herida de Watson se sitúa a veces en la pierna y otras en el brazo; el doctor J. H. Watson, habitualmente llamado John, es llamado James por su esposa (en «El hombre del labio retorcido»).
Las sociedades Sherlockianas se dan tenazmente a la tarea de explicar esas incongruencias: por ejemplo algunos piensan que Watson recibió una segunda herida, otros que las alusiones a la herida de la pierna son de origen psicosomático; la confusión de la señora Watson se explica porque la 'H' del segundo nombre del doctor procede de 'Hamish', la forma irlandesa de James; el asunto del Destripador fue resuelto por Holmes, pero silenciado por que implicaba a un policía corrupto, etc. (cf. el interesante libro de Baring-Gould, Sherlock Holmes de Baker Street). En cuanto a la situación del 221b de Baker Street, es un asunto del que nos ocuparemos en este blog próximamente.
El juego de las sociedades Sherlockianas es interesante y divertido; la causa de la formación de una tradición en torno al héroe es la presencia de numerosas y persistentes incongruencias en el Canon que perturban la verosimilitud que espera el lector. Las incongruencias dinamizan esta formación de la tradición porque obliga a cierto nivel de análisis y de reescritura del texto.
Partir de un corpus de ficción lleno de incoherencias y tratar de subsanarlas para darle verosimilitud es el objetivo, pues, de estas sociedades. Este fin, así como sus métodos, son los mismos de los utilizados en teología; de manera que no es casual que, como veremos, los inventores de esta tradición fueran teólogos, apologetas del catolicismo y anglicanos conversos a la Iglesia de Roma; permanezcan atentos a sus pantallas.
Un orgulloso Watson (Robert Stephens) muestra a Holmes (Colin Blakely) su último relato aparecido en el Strand Magazine en La vida privada de Sherlock Homes, 1970
Esta fascinante ilusión de realidad ha tenido como consecuencia que existan personas que crean que Holmes es un personaje histórico, por increíble que parezca, lo que dio lugar a una abundante correspondencia dirigida al 221b de Baker Street en busca de consejo. También existen grupos de personas, las sociedades Holmesianas, que, aunque saben que se trata de un personaje de ficción, juegan a imaginar que no es tal: consideran a Watson el verdadero escritor de las narraciones y dan a Conan Doyle el papel de su agente literario.
Dos problemas surgen inmediatamente cuando se acepta este juego:
-Incoherncias de la realidad con las narraciones. Por ejemplo: mientras Holmes se queja de que ya no hay grandes criminales Jack el Destripador siembra el terror en White Chappel ¿cómo es que no se le ocurra resolver ese grave asunto?; otra es que nunca existió en Baker Street un número 221B.
-Incoherencias dentro del texto. El Canon está plagado de contradicciones, debidas sin duda a los muchos años que abarca su redacción y la negligencia o desinterés del autor. Algunas de las más famosas son: la vieja herida de Watson se sitúa a veces en la pierna y otras en el brazo; el doctor J. H. Watson, habitualmente llamado John, es llamado James por su esposa (en «El hombre del labio retorcido»).
Holmes, por Sydney Paget; ilustración para «El hombre del labio retorcido». Portada de la primera publicación en la que aparece Holmes; antes de pasar a pubicarse en el Strand Magazine
El juego de las sociedades Sherlockianas es interesante y divertido; la causa de la formación de una tradición en torno al héroe es la presencia de numerosas y persistentes incongruencias en el Canon que perturban la verosimilitud que espera el lector. Las incongruencias dinamizan esta formación de la tradición porque obliga a cierto nivel de análisis y de reescritura del texto.
Partir de un corpus de ficción lleno de incoherencias y tratar de subsanarlas para darle verosimilitud es el objetivo, pues, de estas sociedades. Este fin, así como sus métodos, son los mismos de los utilizados en teología; de manera que no es casual que, como veremos, los inventores de esta tradición fueran teólogos, apologetas del catolicismo y anglicanos conversos a la Iglesia de Roma; permanezcan atentos a sus pantallas.
Pueden leer la continuación de este post aquí: «Holmes y la realidad (2)»
Una primera versión de este artículo fue publicada originalmente el 14 de agosto de 2007 en El predicador Malvado.
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