sábado, 28 de noviembre de 2009

Estirpe de espadachín

Este artículo fue publicado originalmente en el Predicador Malvado el 28 de febrero de 2008, lo incluimos aquí ya que versa sobre uno de los Holmes mayores de la historia del cine, Basil Rathbone, y como complemento al artículo que vimos aquí sobre las habilidades del Detective en deportes de combate.

cuando, este verano, hablábamos de los espadachines cinematográficos, hubimos de lamentar no poder ver el duelo de El capitán Blood de 1935, la segunda versión cinematográfica del clásico de Sabatini; el capitán del título, encarnado por Errol Flinn, se enfrenta al malvado pirata francés Levasseur. Helo aquí por fin, gracias a la magia de YouTube:

Encarnar villanos era la especialidad del gran Basil Rathbone, al que le faltaban cuatro años para calarse por primera vez el deerstalker en el Perro de los Baskervilles y convertirse en el Holmes cinematográfico por excelencia. Y ya ven lo bien que lo hacía; su mirada aviesa era perfecta para científicos locos, traidores, usurpadores, comunistas, etc. a demás, a veces unía su maldad a su habilidad con la espada, como en Robin Hood o La marca de el Zorro, cuyo duelo final, contra Tyrone Power está lleno de violencia:


Gracias a arcFordPrefect por el vídeo

Pero volvamos al capitán Levasseur ¿no les recuerda a alguien? Veamos dos ejemplos de representación del capitán Garfio antes de que pasara el rodillo iconográfico y comercial de Disney, con su adaptación de Peter Pan de 1953:
















Cartel de la versión cinematográfica de 1924. Boris Karloff en un montaje teatral en 1950

Ilustración por Alice B. Woodward

Sin duda Disney dio elementos inéditos a su Hook procedentes de Rathbone y así nos ha sido legado: también influiría más tarde en Íñigo Montoya:

Ínñigo Montoya es un avatar del espadachín sombrío, tanto en su vertiente de adversario como de compañero del héroe; héroe que en La princesa prometida está basado también en los piratas de Errol Flynn, no en vano Cary Elwes interpretó igualmente la parodia de Robin Hood de 1993

Se podría discutir si estas influencias son directas o no, si son conscientes o inconscientes, pero es indudable que Rathbone a contribuido a la formación de los paradigmas iconográficos del espadachín oscuro y del pirata elegante.


El personaje de la capitular es Rathbone en un cartel publicitario de Chesterfield. Si los propietarios de las imágenes tienen algún problema en que sean reproducidas aquí, pese a que sea sin fines comerciales, sírvanse en comunicármelo y las retiraré inmediatamente.

martes, 24 de noviembre de 2009

El irlandés ingrato

Aunque harto conocido de los parroquianos de esta casa, hemos creído oportuno reproducir aquí el poema que Borges dedicó al Detective y publicó en la colección Los conjurados, de 1985. El autor argentino subraya las inverosimilitudes del personaje, de manera que completa, a manera de contrapunto, los diferentes artículos aquí publicados sobre la relación de Holmes con la realidad. Hay otra razón, más importante aún, para releerlo: Borges manifiesta en diversas ocasiones su interés por la novela policíaca y por Homes en particular, esto justificará que echemos mano de sus ideas literarias en el análisis que emprenderemos en uno de los artículos en los que estamos trabajando: «Terror mortal en un correo».

No salió de una madre ni supo de mayores.
Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.
Está hecho de azar. Inmediato o cercano
lo rigen los vaivenes de variables lectores.

No es un error pensar que nace en el momento
en que lo ve aquel otro que narrará su historia
y que muere en cada eclipse de la memoria
de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.

Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.
Ese hombre tan viril ha renunciado al arte
de amar. En Baker Street vive solo y aparte.
Le es ajeno también ese otro arte, el olvido.

Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca
y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.
El hombre solitario prosigue, lupa en mano,
su rara suerte discontinua de cosa trunca.

No tiene relaciones, pero no lo abandona
la devoción del otro, que fue su evangelista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive de un modo cómodo: en tercera persona.

No baja más al baño. Tampoco visitaba
ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca
que no sabe casi nada de esa comarca
de la espada y del mar, del arco y de la aljaba.

(Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera
diremos de aquel justo que da nombre a los versos
que su inconstante sombra recorre los diversos
dominios en que ha sido parcelada la esfera.)

Atiza en el hogar las encendidas ramas
o da muerte en los páramos a un perro del infierno.
Ese alto caballero no sabe que es eterno.
Resuelve naderías y repite epigramas.

Nos llega desde un Londres de gas y de neblina
un Londres que se sabe capital de un imperio
que le interesa poco, de un Londres de misterio
tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.

No nos maravillemos. Después de la agonía,
el hado o el azar (que son la misma cosa)
depara a cada cual esa suerte curiosa
de ser ecos o formas que mueren cada día.

Que mueren hasta un día final en que el olvido,
que es la meta común, nos olvide del todo.
Antes que nos alcance juguemos con el lodo
de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna.


La foto de la capitular está tomada de Famous People.