Esta entrada es, en realidad, la respuesta al comentario de Padawan de la entrada precedente, que toma esta forma para poder añadir las fotos.
Las deducciones sobre los propietarios originales de los dos libros de segunda mano que presentábamos se basan en los pequeños detalles que mostramos a continuación. En el caso del de Boswell, sin duda cualquiera que reparara en ellos llegaría a la misma conclusión y no creo que haya otra solución posible, en el caso del de Doyle, hay algo más de especulación, de manera que quedamos abiertos a toda sugerencia.
De la Vida de Samuel Johnson habíamos dicho:
«Su propietario original era hombre cuidadoso, ignorante de la lengua de Shakespeare y, como nosotros, un apasionado del detective de Baker Street, razón por la que se aproximó a la obra de Boswell. Lamentablemente no llegó a acabar el libro; solo podemos especular sobre las razones por las que cesó la lectura.»
Su dueño lo forró con un papel translúcido, algo que solo hacen lectores cuidadosos, evidentemente. A demás, ese cuidado se aprecia en lo exacto de los cortes y las dobleces del forro. Con muchas probabilidades se trata de un francés, ya que se trata de un ejemplar impreso y comparado en París, tanto la primera como la segunda vez. Si Samuel Johnson es un pilar de la cultura anglosajona, resulta menos popular en los países latinos y muchos hemos llegado a él gracias a la famosa alusión de Holmes. Podemos fácilmente suponer que el dueño del libro estaba en el mismo caso, pero ¿cómo estar seguros? resulta que conservaba entre sus interior el marcapáginas, publicidad de una colección de novela policíaca, que pueden ver aquí:
Las deducciones sobre los propietarios originales de los dos libros de segunda mano que presentábamos se basan en los pequeños detalles que mostramos a continuación. En el caso del de Boswell, sin duda cualquiera que reparara en ellos llegaría a la misma conclusión y no creo que haya otra solución posible, en el caso del de Doyle, hay algo más de especulación, de manera que quedamos abiertos a toda sugerencia.
De la Vida de Samuel Johnson habíamos dicho:
«Su propietario original era hombre cuidadoso, ignorante de la lengua de Shakespeare y, como nosotros, un apasionado del detective de Baker Street, razón por la que se aproximó a la obra de Boswell. Lamentablemente no llegó a acabar el libro; solo podemos especular sobre las razones por las que cesó la lectura.»
Su dueño lo forró con un papel translúcido, algo que solo hacen lectores cuidadosos, evidentemente. A demás, ese cuidado se aprecia en lo exacto de los cortes y las dobleces del forro. Con muchas probabilidades se trata de un francés, ya que se trata de un ejemplar impreso y comparado en París, tanto la primera como la segunda vez. Si Samuel Johnson es un pilar de la cultura anglosajona, resulta menos popular en los países latinos y muchos hemos llegado a él gracias a la famosa alusión de Holmes. Podemos fácilmente suponer que el dueño del libro estaba en el mismo caso, pero ¿cómo estar seguros? resulta que conservaba entre sus interior el marcapáginas, publicidad de una colección de novela policíaca, que pueden ver aquí:
Tenemos pues un francés, aficionado a la novela policiaca, lo que le ha llevado a leer a Boswell; en esas condiciones, si hubiera sabido inglés, hubiera optado por leer la biografía en su lengua original. La posición del marcapáginas nos daba una indicación del momento en que abandonó la lectura, pero otro detalle nos informa de que efectivamente fue en esa página, la 209, y es que las siguientes todavía no han sido cortadas —en la época era frecuente encontrar libros con las páginas unidas por los cantos en cada cuadernillo— por lo que es evidente que nadie ha podido leerlas.
Como decíamos, sólo podemos especular sobre las causas de ese abandono ¿aburrimiento? ¿decepción? ¿falta de tiempo? Me gusta imaginar que quizá mejoró su inglés y continuó en una edición de la obra en esa lengua.
En cuanto al brigadier Gérard, habíamos dicho:
«Su propietario original fue una jovencita que lo recibió como regalo de un pariente varón adulto que la trataba con condescendencia. La muchacha lo arrinconó en la oscuridad y nunca lo llegó a leer. Décadas más tarde sus herederos se desprendieron del volumen junto con otras reliquias.»
En cuanto al brigadier Gérard, habíamos dicho:
«Su propietario original fue una jovencita que lo recibió como regalo de un pariente varón adulto que la trataba con condescendencia. La muchacha lo arrinconó en la oscuridad y nunca lo llegó a leer. Décadas más tarde sus herederos se desprendieron del volumen junto con otras reliquias.»
Pese a haber sido publicado en los años 20, presenta un aspecto completamente nuevo, tanto en las cubiertas como al interior: las pocas marcas que tiene el cuero del lomo son evidentemente recientes, como pueden constatar en las fotos, por lo que deben haberse hecho en algún traslado del almacén a la librería. Incluso la cinta de seda marcapáginas no tiene pliegues, inevitables por mucho cuidado que se ponga en su uso. El dato capital es la firma de su propietaria, quien tenía por nombre de pila «Eliane».
Actualmente continua el sexismo en la elección de juguetes y lecturas para niños y niñas, pero en los años 20 del siglo último era algo completamente aceptado: raro sería que a una joven señorita se le ocurriera adquirir las aventuras de un oficial napoleónico y, si hubiera sido el caso, una curiosa avanzada a su época, el libro hubiera sido leído y usado con intensidad. Parece, más bien, un regalo poco atinado de un adulto que no la conocía lo suficiente, quizá un tío o un padrino que hubiera preferido tener un sobrino varón. En ese afán de querer orientar la educación de la señorita es donde se podría ver condescendencia. Parece ser que en cuanto lo recibió, lo firmó y lo cerró inmediatamente después —antes de que se secara la tinta, a juzgar por la marca en la página contigua— y el ejemplar esperó en algún lugar oscuro hasta que se puso a la venta; las marcas que produce la luz del sol en los libros aparecen de manera rápida y evidente, como me prueban amargas experiencias.
La letra capitular está montada sobre el cuadro Reading Girl, de Gustav Adolph Hennig, tomado de Art inconnu.
La letra capitular está montada sobre el cuadro Reading Girl, de Gustav Adolph Hennig, tomado de Art inconnu.
2 comentarios:
Muy interesante! Nunca me habría fijado con tanto detalle en un libro. Lo máximo a lo que había llegado es a tratar de deducir algo sobre los anteriores lectores cuando encuentro algún papel marcando una página en un libro de la biblioteca o alguien ha dejado algo apuntado. Es una forma extraña de "contactar" con otras personas que lo han leído.
La verdad es que he tenido una suerte loca ¡imagina la sorpresa que me llevé cuando encontré ese marcapáginas tan chulo del «Detective Club».
Lo de las bibliotecas también me pasa; esa sintonía con alguien del pasado me ocurrió una vez cuando consulté un libro en la biblioteca de Santa Genoveva que nadie había tocado desde hacía 30 años; la única forma de encontrar dos personas interesadas en ese asunto es viajando en el tiempo. El bibliotecario se sorprendió de que no tuviera todavía el código óptico de barras y se lo pegó enseguida.
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